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Modestia ante mis héroes

Anoche, al final de un día muy largo, me encontré con un buen rato libre hasta que llegara una hora razonable para meterse en la cama, y cero fuerzas para hacer nada productivo, así que decidí hacer algo para lo que rara vez encuentro tiempo estos días: escuchar música. Consulté mi lista de tareas pendientes a ese respecto, y en la primera línea estaba "Blackstar", el último álbum del fallecido David Bowie.

Al término de la última canción me recliné en la silla, me quité los cascos y sentí la familiar sensación de un agujero abriéndose en mi pecho y de mí misma cayendo en picado por él. ¿Esto qué es? ¿Cómo puede ser tan extraño y tan bueno al mismo tiempo, tan rompedor? ¡Que alguien me explique de qué planeta era este tío!

He tenido la misma sensación con cada uno de los músicos que admiro, y no exclusivamente por su originalidad, al fin y al cabo no hay nada nuevo bajo el sol, o muy poco, y lo cierto es que no estoy especialmente interesada en derribar fronteras. Un ejemplo exquisito de buen oficio basta para hacerme sentir microscópica.

Para poner unos cuantos ejemplos, en el campo de las letras tenemos a Leonard Cohen (betwen the peanuts and the cage) o Ani Difranco (figure it all out with mathematics of regret), con su habilidad de expresar conceptos muy específicos y complicados a través de un lenguaje accesible, con el subsiguente efecto: mi cerebro se paraliza momentáneamente, una vez recuperada su funcionalidad, me siento fuera de mí de contenta ante la conexión humana que acabo de experimentar. Es una sensación abrumadora y preciosa. Ese es el efecto que quiero causar en otros.

También está el dominio de los cantantes, con los paseítos por la escalaque se pega David Coverdale, perfectamente ejecutados a pasitos cortos y rápidos y con los que dibuja figuras nunca vistas (Soldier of Fortune), o Dave Mustaine y su forma de masticar las palabras que canta, dándoles tal carga de actitud que casi duelen al bajar por el canal auditivo hasta el cerebro (In my darkest hour).

Podría perderme en estas explicaciones sobre el genio de otros, pero sería un ejercicio fútil, ya que cada uno tiene su propia percepción del genio y seguramente difiere de la mía. De lo que va el post es del efecto que dicho genio tiene sobre esta pobre mortal. A veces es demoledor, siento que ni en un millón de años sería yo capaz de producir algo la mitad de bueno... ¡gusano indigno!, casi mejor saltar por la ventanta inmediatamente... Ya os hacéis una idea.

Y luego me doy cuenta de que... bueno, no hay más que un puñado de esos extraterrestres en el mundo, mala pata no haber nacido uno de ellos, pero, ¡eh!, yo también tengo una pequeña ración de talento con la que trabajar, y, musas mediante, a veces me salen cosas que otros disfrutan. Así que sí, vale, es improbable que vaya a tomar el mundo por asalto en un futuro cercano, pero igual sí puedo hacer oscilar un poco el continuo espacio-tiempo a mi alrededor. Eso también mola.

En fin, si alguna vez sentís esas oscilaciones cerca de vosotros, sed buenos y prestadme una oreja... o dos. A lo mejor conectamos.

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